El Jefe

© Casanova

Paco Casanova -el Jefe, como le conocíamos todos los que hemos trabajado allí o los clientes habitules de Casanova Foto- nos ha dejado.

Desde que fundó esta conocida tienda de material fotográfico de Barcelona hace más de sesenta años hasta casi el último minuto estuvo al pie del cañón, al otro lado del mostrador. Así que no sólo era una auténtica entidad en este mundillo, sino también una de las personas que mejor conocía el negocio fotográfico del país.

Estoy convencido de que a estas horas, allá donde pare, ya andará cerca de una vitrina repleta de cámaras, tasando con buen ojo alguna de esas rarezas que coleccionaba y cuyo precio solía dejarnos con los ojos en blanco.

Pero por aquí todos nos hemos quedado un poco huérfanos, con la sensación de que se nos escapa un pedazo de la historia fotográfica de esta ciudad y de este sector. Tal vez por eso hoy más que nunca merece la pena refrescar la memoria y releer la entrevista que hace un tiempo le hizo Joan Queralt para la Revista Casanova.

Cuando esta historia dio comienzo, allá en los años 40, la vida era en blanco y negro y la España de la época ofrecía apenas la imagen de un fotograma virado con el triste y apagado tono de la miseria y el miedo, y encima subexpuesto. Malos tiempos para todo, en especial para los sueños.

Desde entonces han transcurrido sesenta años, seis décadas, y hoy el blanco y negro adquiere su sentido bajo las etiquetas de arte o documento, y el color reina por todas partes imponiendo su nueva y mucho más liviana dictadura. La peseta ha dado paso al euro, la química al digital sin olor y la fotografía, embarcada en una aventura de la que no se conoce el destino, forma parte de nuestra existencia cotidiana como norma y no como excepción.
Francisco Casanova, Paco Casanova para todos, ha vivido esta larga y al mismo tiempo fugaz trayectoria de la historia: la del país y también la de la fotografía española. Ha visto evolucionar el mercado, la técnica, la consideración de la propia fotografía y los afanes de sus profesionales y aficionados. Sesenta años de experiencia y trabajo en primera persona que han dado lugar a uno de los establecimientos fotográficos más conocidos en toda España –y referencia obligada en Catalunya- y en fecha más reciente a uno de los más importantes grupos empresariales del sector de nuestro país. Una evolución paralela a la profunda transformación del mundo fotográfico y que, olvidada por muchos y desconocida por otros, rememora ahora nuestro protagonista, con motivo del número 100 de la revista que lleva su nombre.
Jubilado en el 2007, Paco Casanova sigue acudiendo regularmente a su establecimiento de la calle Pelayo, movido por su pasión por la venta, el mostrador y el mercado de cámaras y accesorios. No ejerce de empresario, tarea que ha dejado en manos de sus dos hijos, limitándose a disfrutar de su verdadera vocación por el trueque, libre ya de otros compromisos. Sigue con su socarronería de siempre, con los mismos reflejos que le han hecho famoso y con su permanente curiosidad por los nuevos escenarios de la fotografía, que mira con un cierto escepticismo. A la espera de nuevos clientes o de antiguos amigos, que suelen acudir a Pelayo como quien va a la tertulia o al club con la excusa de un nuevo modelo o de un intercambio más.
Sesenta años de fotografía y de memoria intacta que, viéndolo repartir cartas en el juego de la venta, parecen ser apenas el comienzo.

Los orígenes
“No recuerdo si tenía trece años cumplidos o si fue incluso antes cuando llegué a la fotografía. Era muy joven, casi un niño, y lo hice obligado por necesidades económicas de mi familia. Comencé a trabajar con Victor Lázaro, que ha sido una de las personas más importantes en mi vida tanto personal como profesional. Puedo decir que ha sido como un segundo padre para mí. Mi primer trabajo fue en un puesto que Lázaro tenía en la calle Urgel, dentro de un mercado público vecino al mercado de San Antonio. Lázaro viajaba con frecuencia a Madrid en busca de material y yo, con trece años, me quedaba al frente de la tienda. Era el año 1946, o quizá 1945. Recuerdo, sí, que para mí fue una época interesante, de aprendizaje”.
“Luego, antes de cumplir el servicio militar, trabajé durante un tiempo con mi padre. Al regreso del servicio militar, donde monté un laboratorio fotográfico a petición de los oficiales, me ofrecieron llevar a medias un negocio que había en la calle San Pablo de Barcelona. Víctor Lázaro me ayudó económicamente y el negocio funcionó muy bien hasta que, dos o tres años más tarde, movido por el deseo de seguir creciendo, decidí trasladarme a la calle del Pino, abriendo un establecimiento fotográfico, Foto Pino, a medias con mi cuñado. La situación económica, sin embargo, no permitía que la rentabilidad del comercio alcanzara para dos familias y poco después, junto con mi mujer, abandoné Foto Pino para abrir un negocio fotográfico, Grafis, en la avenida de Sarriá esquina Londres, siempre con la ayuda y el asesoramiento de Víctor Lázaro.
Un año después Kodak me ofreció montar un laboratorio, que daría servicio a unos treinta establecimientos de Barcelona, lo que me permitió, al margen de la tienda, contratar más personal y ampliar mis actividades en el mundo de la fotografía. Recuerdo que con motivo de la gran nevada de 1962 entraron más de 3.800 carretes, una auténtica barbaridad para la época. Estuvimos durante quince días, día y noche, encerrados en el laboratorio trabajando sin parar”.
“El establecimiento tenía sin embargo el problema de estar situado en un barrio extremo de la ciudad, lejos del centro comercial. Habíamos conseguido una buena clientela en la zona pero yo estaba acostumbrado a trabajar en barrios céntricos y tenía además la ambición de instalarme en un lugar con mayores posibilidades. Busqué un nuevo local, operación bastante difícil en esa época por las dificultades económicas que había, y lo encontré en la Ronda San Antonio. Fue un período extraordinario. Tenía ya una buena cartera de clientes y en esa época no existían muchos comercios fotográficos y los escasos que había disponían de poco material de ocasión. Por lo general era material nuevo y de contrabando. No había otra cosa. En mi caso, a diferencia de la mayoría de los comercios fotográficos existentes, siempre trabajé el material de ocasión, prácticamente desde el comienzo”.

Los años 70 y la instalación definitiva en la calle Pelayo

“Más tarde me trasladé a la calle Bailén, esquina Caspe, y fue allí donde conocí a Joan Manuel Serrat y a su familia, que vivían en esa zona. Cuando solíamos encontrarnos en el café Petit Soley, su padre nos decía “hoy en día cualquiera canta, hasta mi hijo.” Una anécdota divertida. Tiempo después Víctor Lázaro me ofreció llevar la tienda que tenía en la calle Tallers, en pleno centro. Acepté y en poco tiempo nos convertimos en el primer establecimiento de venta de material de ocasión de Barcelona”.
“Finalmente, a comienzos de los años 70 tuve la oportunidad de abrir un pequeño comercio en la calle Pelayo que, con el paso de los años, se iría ampliando hasta convertirse en el local actual, luego, en 1992, abrimos, enfrente del establecimiento, Casanova Professional. En esa época mi hijo Francesc llevaba ya algunos años trabajando conmigo y fue entonces cuando se incorporó mi otro hijo, Eduardo, para llevar el apartado de fotografía profesional. Más tarde llegaría el nuevo establecimiento de la calle Tallers, que supuso un paso adelante decisivo en nuestras actividades y contribuiría a la formación del Grupo Casanova, y posteriormente a la apertura de la tienda en Madrid”.

Los años de la escasez. Las marcas y el mercado

“En mis primeros años había una gran escasez de material. Habían muy pocas marcas nacionales, Werlisa, Kapta, Fowell, que si bien era extranjera disponía de una patente para la fabricación nacional; en iluminación encontrabas los flahes Eos, que se fabricaban en España. En cámaras de campaña había las que fabricaba Mampel y alguna otra pero, en general, la oferta del mercado era muy, muy limitada. No había carretes, no había prácticamente nada y la única forma de venta para los establecimientos era acudir al contrabando. Esa situación de escasez duró muchos años, desde los años cuarenta hasta finales de los ‘50 comienzo de los ‘60, cuando se abrieron por fin las importaciones”.
“Más tarde, las marcas líderes pasaron a ser Leica, Contarex, Zeiss Ikon, empezó a llegar alguna cosa de Nikon, poco todavía, había las Retina, las Peichet, las Voigtländer. En 35 milímetros encontrabas Leica y Contarex básicamente, en gran formato Linhof y algo de Sinar, y por supuesto la Rolleiflex en medio formato. Años más tarde, en Barcelona aparecerían establecimientos fotográficos como Arpí, Cosmo, Baltá, Alexandre, que después pasó a ser Aixelá. Estaba también Foto Club…”
“El contacto con profesionales de la fotografía comencé a tenerlo muy pronto, desde el principio. Se daba la circunstancia de que ya venían al puesto del mercado fotógrafos de publicidad. Entonces eran pocos, no había casi ni agencias de publicidad. Sólo unas pocas. Pero ya trabajábamos con fotógrafos como Agustí Centellas o los Campañá, que eran clientes. En aquellos años, como no había licencias de importación, o bien tenía que comprarse material de contrabando o de ocasión. Y en ese campo, el material de ocasión, nos movíamos Lázaro, Arpí y yo mismo”.
“Por las noches recuerdo que me llevaba a algunos clientes a hacer fotos. Eran otros tiempos y era fácil mantener otro tipo de relaciones. Yo confié muchísimo material a gente que no conocía. Acudía alguien a la tienda y decía: “sí, me gusta, me lo pensaré y ya volveré”. “No, llévesela”, le respondía. “Hombre, no. Si no me conoce de nada”. “Da igual, llévesela y ya volverá a pagar”. Y puedo decir que ninguno me falló. La venta es –o era- cuestión de psicología. A lo largo de toda mi vida profesional habré comprado centenares de miles de cámaras y he tenido sólo tres problemas”. Cuestión de psicología, la de nuestro protagonista.
“Durante muchos años, el revelado de carretes y las copias fueron parte muy importante en la actividad de las tiendas de fotografía. No existían, como ahora, establecimientos con minilabs. Se centralizaba todo en tres o cuatro laboratorios: el de Kodak, otro que había en Sabadell y alguno más. Pero sí, era importante para el negocio. Muy importante”.

Los grandes cambios del mercado fotográfico

“Uno de los grandes cambios del sector tuvo lugar a finales de los años 50, con las cámaras réflex. Hasta ese momento había alguna de Leica, también de Contarex, pero fue recién entonces cuando aparecieron y se generalizó su uso. Fue una época extraordinaria. Otro de los buenos momentos del mercado fotográfico, desde el punto de vista de la demanda de los aficionados, fue la aparición de las cámaras compactas. La llegada de las autofocus supuso un cambio brutal para el aficionado”. “¿Cambios en la distribución? El cambio radical se produjo en los años sesenta, pero me atrevería a decir que, en realidad, no ha habido un cambio espectacular. En aquella época había grandes distribuidores: Germán Ramón Cortés, Pablo Wehrli, que funcionaban muy bien. Todavía hoy no hay ningun distribuidor que pueda compararse a Wehrli, que tenía las mejores marcas. En general no veo que, a nivel de la distribución, el mercado haya cambiado mucho, salvo en el campo del servicio, quizá… El distribuidor no ofrecía ningún tipo de servicio ni de formación, le pedías el producto, te lo servían y eso era todo. En ese sentido, sí hubo una transformación en los años ochenta, pincipalmente en algunas marcas como Nikon, Canon, Leica, Hasselblad, Linhof…”

En esta enorme transformación ¿el aficionado ha cambiado?

“No, en líneas generales no ha cambiado. Existe el aficionado que siempre quiere tener el útimo modelo, y que hoy también se encuentra con el problema de la renovación constante de cámaras, al extremo de que, como nos ha sucedido, haya tenido que cambiar tres veces de modelo en un año. Con un problema añadido: que por la cámara que compró pocos meses antes por 1.500 euros le darán 700. Como es lógico, se sentirá engañado y esa actitud repercutirá en el comerciante, que es ajeno a los efectos de la dinámica de los fabricantes”.

Lo que habrá supuesto que la compra de material usado se vea, por parte del establecimiento, de manera mucho más cauta que en el pasado…

“Absolutamente, en especial en el segmento de las cámaras analógicas. Ha sido un proceso progresivo y muy rápido. Cámaras que hace dos años se pagaban a 200 euros hoy se pagan a 30 ó 40 euros. Existe demasiado stock y no podemos aventurarnos en seguir aumentándolo”.

¿Imaginaste alguna vez que el producto fotográfico escaparía del ámbito del comercio especializado para acabar vendiéndose en las grandes superficies?

“Yo creo que en parte eso es culpa del propio sector, que no ha sabido defender sus intereses. Hemos sido nosotros quienes nos hemos hecho daño. No hemos tenido el poder de compra necesario para imponernos y ser competitivos. Ni hemos sabido, por la propia idiosincrasia del sector, encontrar la unidad necesaria. Yo siempre lo intenté, en un margen de quince años lo habré intentado tres o cuatro veces, sin éxito. No se trataba de que todos vendiéramos igual sino de alcanzar acuerdos mínimos. Pero no fue posible”.

¿Tú has sido fotógrafo profesional?

“Durante algunos años me dediqué a la fotografía, sí. Tenía la tienda de Sarriá y al margen de mi trabajo como vendedor hacía fotografías. Trabajé bastante para una agencia de publicidad de aquella época que se llamaba Costa y Padró, que llevaban la cuenta de Gallina Blanca, y a través de la cual conocí a la familia Carulla. También trabajé en proyectos de decoración, algo que no era muy usual en aquellos tiempos, y en encargos de publicidad para hoteles de Barcelona. Pero mi actividad duró poco tiempo. Cuando dejé el establecimiento de Sarriá la abandoné para siempre. Resultaba imposible compaginarla con mi dedicación al nuevo negocio”.

Siempre te interesó el material de coleccionismo…

“Siempre, desde el comienzo. Me gustaba, me llenaba de satisfacción. En la época en que tuve el negocio de la avenida de Sarriá compré unas cuantas cámaras y a partir de ese momento comencé a adquirir material, hasta alcanzar casi el millar de cámaras. Luego, en Sonimagfoto me pidieron realizar una subasta y esa fue la primera de las muchas que a partir de entonces organizaría. Nunca ha sido un negocio rentable pero me gustaba y seguí adelante, más por afición que por razones económicas. En paralelo he ido formando mi colección, cuyo destino será probablemente el de hacer posible nuevas y futuras subastas”.

En base a tu experiencia en el sector ¿qué consejos les diste a tus hijos cuando decidieron continuar tu actividad?

“De hecho, no se los dí, quizá se los mostré a lo largo de mi actividad de todos estos años. Algunas cosas las aceptaron y otras no, circunstancia lógica porque todos cometemos errores y no somos infalibles. Todos nos equivocamos. Algunas veces sí me he permitido decirles que alguna decisión no me parecía acertada. Probablemente en el único tema que he insistido, a modo de consejo, es en la necesidad de que el vendedor sea serio. Y trabajador.
Por otra parte, como comenzaron a trabajar conmigo desde muy jóvenes, no me han dado motivos para que tuviera que darles consejos. Aprendieron rápido. En los últimos años han llevado adelante una gran evolución y eso ha sido sólo gracias a ellos, a su esfuerzo. Lo tengo clarísimo.”

¿Y el futuro?¿Cómo analizas las actuales dinámicas del sector, que muchas veces van tan rápidas que corren el riesgo de canibalizar productos, novedades y oportunidades de venta?

“Lo veo complicado, y a veces tengo la impresión de que son los mismos fabricantes los que atentan contra sus intereses. Hoy, para conseguir un buen precio tienes que comprar cantidad, lo que supone un riesgo. Pero una semana después, de la misma cámara que has comprado una cantidad importante para lograr un buen precio y poder ser competitivo, sale un nuevo modelo, mejor y más barato. Por otro lado, las mismas marcas están fabricando gamas de cámaras que van desde precios muy bajos hasta modelos de 3.000 euros o más. ¿Qué sucede? Pues que en esa amplia franja intermedia el establecimiento pierde una gran cantidad de operaciones comerciales. Si el aficionado puede conseguir, como está sucediendo, una cámara de siete millones de píxeles por menos de cien euros ¿para qué va a gastarse 300 euros en un modelo superior? Ya tiene suficiente. En el campo de las réflex, por ejemplo, dejando de lado las de gama alta, existe una amplia serie de cámaras que disponen de las mismas prestaciones, da lo mismo que el aficionado se gaste 600 euros o 1.200. Antes las cámaras se catalogaban, había una serie de modelos con un escalado de precio y calidad que en la actualidad ha desaparecido. Esta nueva tendencia impuesta por las tecnologías digitales no sé cómo acabará. Quizá terminará funcionando mejor la prestación de servicios que la venta de productos. Que tengan más valor los servicios… En la actualidad todo es tan complejo que es difícil predecir el futuro”.

Más allá del mostrador

Más allá de la fotografía, las pasiones de Paco Casanova han sido –y siguen siendo- el deporte y la familia. Antiguo jugador de fútbol reconvertido más tarde en directivo y hoy en presidente del club de fútbol sala de Lliçà d’Amunt, el deporte ha tenido en él un fiel y apasionado patrocinador y un activo promotor de iniciativas, no sólo en el campo del fútbol. El tenis, el motociclismo y la náutica han gozado también de su apoyo, tanto personal como empresarial. Hoy, su vocación “perica” se ha enfriado y ausente del Estadio, al que no acude desde hace algunos años, sigue las vicisitudes de su club de siempre a través de la televisión de pago. Pero esa es otra historia.

Cuando esta historia dio comienzo, allá en los años 40, la vida era en blanco y negro y la España de la época ofrecía apenas la imagen de un fotograma virado con el triste y apagado tono de la miseria y el miedo, y encima subexpuesto. Malos tiempos para todo, en especial para los sueños.

Desde entonces han transcurrido sesenta años, seis décadas, y hoy el blanco y negro adquiere su sentido bajo las etiquetas de arte o documento, y el color reina por todas partes imponiendo su nueva y mucho más liviana dictadura. La peseta ha dado paso al euro, la química al digital sin olor y la fotografía, embarcada en una aventura de la que no se conoce el destino, forma parte de nuestra existencia cotidiana como norma y no como excepción.
Francisco Casanova, Paco Casanova para todos, ha vivido esta larga y al mismo tiempo fugaz trayectoria de la historia: la del país y también la de la fotografía española. Ha visto evolucionar el mercado, la técnica, la consideración de la propia fotografía y los afanes de sus profesionales y aficionados. Sesenta años de experiencia y trabajo en primera persona que han dado lugar a uno de los establecimientos fotográficos más conocidos en toda España –y referencia obligada en Catalunya- y en fecha más reciente a uno de los más importantes grupos empresariales del sector de nuestro país. Una evolución paralela a la profunda transformación del mundo fotográfico y que, olvidada por muchos y desconocida por otros, rememora ahora nuestro protagonista, con motivo del número 100 de la revista que lleva su nombre.
Jubilado en el 2007, Paco Casanova sigue acudiendo regularmente a su establecimiento de la calle Pelayo, movido por su pasión por la venta, el mostrador y el mercado de cámaras y accesorios. No ejerce de empresario, tarea que ha dejado en manos de sus dos hijos, limitándose a disfrutar de su verdadera vocación por el trueque, libre ya de otros compromisos. Sigue con su socarronería de siempre, con los mismos reflejos que le han hecho famoso y con su permanente curiosidad por los nuevos escenarios de la fotografía, que mira con un cierto escepticismo. A la espera de nuevos clientes o de antiguos amigos, que suelen acudir a Pelayo como quien va a la tertulia o al club con la excusa de un nuevo modelo o de un intercambio más.
Sesenta años de fotografía y de memoria intacta que, viéndolo repartir cartas en el juego de la venta, parecen ser apenas el comienzo.

Los orígenes
“No recuerdo si tenía trece años cumplidos o si fue incluso antes cuando llegué a la fotografía. Era muy joven, casi un niño, y lo hice obligado por necesidades económicas de mi familia. Comencé a trabajar con Victor Lázaro, que ha sido una de las personas más importantes en mi vida tanto personal como profesional. Puedo decir que ha sido como un segundo padre para mí. Mi primer trabajo fue en un puesto que Lázaro tenía en la calle Urgel, dentro de un mercado público vecino al mercado de San Antonio. Lázaro viajaba con frecuencia a Madrid en busca de material y yo, con trece años, me quedaba al frente de la tienda. Era el año 1946, o quizá 1945. Recuerdo, sí, que para mí fue una época interesante, de aprendizaje”.
“Luego, antes de cumplir el servicio militar, trabajé durante un tiempo con mi padre. Al regreso del servicio militar, donde monté un laboratorio fotográfico a petición de los oficiales, me ofrecieron llevar a medias un negocio que había en la calle San Pablo de Barcelona. Víctor Lázaro me ayudó económicamente y el negocio funcionó muy bien hasta que, dos o tres años más tarde, movido por el deseo de seguir creciendo, decidí trasladarme a la calle del Pino, abriendo un establecimiento fotográfico, Foto Pino, a medias con mi cuñado. La situación económica, sin embargo, no permitía que la rentabilidad del comercio alcanzara para dos familias y poco después, junto con mi mujer, abandoné Foto Pino para abrir un negocio fotográfico, Grafis, en la avenida de Sarriá esquina Londres, siempre con la ayuda y el asesoramiento de Víctor Lázaro.
Un año después Kodak me ofreció montar un laboratorio, que daría servicio a unos treinta establecimientos de Barcelona, lo que me permitió, al margen de la tienda, contratar más personal y ampliar mis actividades en el mundo de la fotografía. Recuerdo que con motivo de la gran nevada de 1962 entraron más de 3.800 carretes, una auténtica barbaridad para la época. Estuvimos durante quince días, día y noche, encerrados en el laboratorio trabajando sin parar”.
“El establecimiento tenía sin embargo el problema de estar situado en un barrio extremo de la ciudad, lejos del centro comercial. Habíamos conseguido una buena clientela en la zona pero yo estaba acostumbrado a trabajar en barrios céntricos y tenía además la ambición de instalarme en un lugar con mayores posibilidades. Busqué un nuevo local, operación bastante difícil en esa época por las dificultades económicas que había, y lo encontré en la Ronda San Antonio. Fue un período extraordinario. Tenía ya una buena cartera de clientes y en esa época no existían muchos comercios fotográficos y los escasos que había disponían de poco material de ocasión. Por lo general era material nuevo y de contrabando. No había otra cosa. En mi caso, a diferencia de la mayoría de los comercios fotográficos existentes, siempre trabajé el material de ocasión, prácticamente desde el comienzo”.

Los años 70 y la instalación definitiva en la calle Pelayo

“Más tarde me trasladé a la calle Bailén, esquina Caspe, y fue allí donde conocí a Joan Manuel Serrat y a su familia, que vivían en esa zona. Cuando solíamos encontrarnos en el café Petit Soley, su padre nos decía “hoy en día cualquiera canta, hasta mi hijo.” Una anécdota divertida. Tiempo después Víctor Lázaro me ofreció llevar la tienda que tenía en la calle Tallers, en pleno centro. Acepté y en poco tiempo nos convertimos en el primer establecimiento de venta de material de ocasión de Barcelona”.
“Finalmente, a comienzos de los años 70 tuve la oportunidad de abrir un pequeño comercio en la calle Pelayo que, con el paso de los años, se iría ampliando hasta convertirse en el local actual, luego, en 1992, abrimos, enfrente del establecimiento, Casanova Professional. En esa época mi hijo Francesc llevaba ya algunos años trabajando conmigo y fue entonces cuando se incorporó mi otro hijo, Eduardo, para llevar el apartado de fotografía profesional. Más tarde llegaría el nuevo establecimiento de la calle Tallers, que supuso un paso adelante decisivo en nuestras actividades y contribuiría a la formación del Grupo Casanova, y posteriormente a la apertura de la tienda en Madrid”.

Los años de la escasez. Las marcas y el mercado

“En mis primeros años había una gran escasez de material. Habían muy pocas marcas nacionales, Werlisa, Kapta, Fowell, que si bien era extranjera disponía de una patente para la fabricación nacional; en iluminación encontrabas los flahes Eos, que se fabricaban en España. En cámaras de campaña había las que fabricaba Mampel y alguna otra pero, en general, la oferta del mercado era muy, muy limitada. No había carretes, no había prácticamente nada y la única forma de venta para los establecimientos era acudir al contrabando. Esa situación de escasez duró muchos años, desde los años cuarenta hasta finales de los ‘50 comienzo de los ‘60, cuando se abrieron por fin las importaciones”.
“Más tarde, las marcas líderes pasaron a ser Leica, Contarex, Zeiss Ikon, empezó a llegar alguna cosa de Nikon, poco todavía, había las Retina, las Peichet, las Voigtländer. En 35 milímetros encontrabas Leica y Contarex básicamente, en gran formato Linhof y algo de Sinar, y por supuesto la Rolleiflex en medio formato. Años más tarde, en Barcelona aparecerían establecimientos fotográficos como Arpí, Cosmo, Baltá, Alexandre, que después pasó a ser Aixelá. Estaba también Foto Club…”
“El contacto con profesionales de la fotografía comencé a tenerlo muy pronto, desde el principio. Se daba la circunstancia de que ya venían al puesto del mercado fotógrafos de publicidad. Entonces eran pocos, no había casi ni agencias de publicidad. Sólo unas pocas. Pero ya trabajábamos con fotógrafos como Agustí Centellas o los Campañá, que eran clientes. En aquellos años, como no había licencias de importación, o bien tenía que comprarse material de contrabando o de ocasión. Y en ese campo, el material de ocasión, nos movíamos Lázaro, Arpí y yo mismo”.
“Por las noches recuerdo que me llevaba a algunos clientes a hacer fotos. Eran otros tiempos y era fácil mantener otro tipo de relaciones. Yo confié muchísimo material a gente que no conocía. Acudía alguien a la tienda y decía: “sí, me gusta, me lo pensaré y ya volveré”. “No, llévesela”, le respondía. “Hombre, no. Si no me conoce de nada”. “Da igual, llévesela y ya volverá a pagar”. Y puedo decir que ninguno me falló. La venta es –o era- cuestión de psicología. A lo largo de toda mi vida profesional habré comprado centenares de miles de cámaras y he tenido sólo tres problemas”. Cuestión de psicología, la de nuestro protagonista.
“Durante muchos años, el revelado de carretes y las copias fueron parte muy importante en la actividad de las tiendas de fotografía. No existían, como ahora, establecimientos con minilabs. Se centralizaba todo en tres o cuatro laboratorios: el de Kodak, otro que había en Sabadell y alguno más. Pero sí, era importante para el negocio. Muy importante”.

Los grandes cambios del mercado fotográfico

“Uno de los grandes cambios del sector tuvo lugar a finales de los años 50, con las cámaras réflex. Hasta ese momento había alguna de Leica, también de Contarex, pero fue recién entonces cuando aparecieron y se generalizó su uso. Fue una época extraordinaria. Otro de los buenos momentos del mercado fotográfico, desde el punto de vista de la demanda de los aficionados, fue la aparición de las cámaras compactas. La llegada de las autofocus supuso un cambio brutal para el aficionado”. “¿Cambios en la distribución? El cambio radical se produjo en los años sesenta, pero me atrevería a decir que, en realidad, no ha habido un cambio espectacular. En aquella época había grandes distribuidores: Germán Ramón Cortés, Pablo Wehrli, que funcionaban muy bien. Todavía hoy no hay ningun distribuidor que pueda compararse a Wehrli, que tenía las mejores marcas. En general no veo que, a nivel de la distribución, el mercado haya cambiado mucho, salvo en el campo del servicio, quizá… El distribuidor no ofrecía ningún tipo de servicio ni de formación, le pedías el producto, te lo servían y eso era todo. En ese sentido, sí hubo una transformación en los años ochenta, pincipalmente en algunas marcas como Nikon, Canon, Leica, Hasselblad, Linhof…”

En esta enorme transformación ¿el aficionado ha cambiado?

“No, en líneas generales no ha cambiado. Existe el aficionado que siempre quiere tener el útimo modelo, y que hoy también se encuentra con el problema de la renovación constante de cámaras, al extremo de que, como nos ha sucedido, haya tenido que cambiar tres veces de modelo en un año. Con un problema añadido: que por la cámara que compró pocos meses antes por 1.500 euros le darán 700. Como es lógico, se sentirá engañado y esa actitud repercutirá en el comerciante, que es ajeno a los efectos de la dinámica de los fabricantes”.

Lo que habrá supuesto que la compra de material usado se vea, por parte del establecimiento, de manera mucho más cauta que en el pasado…

“Absolutamente, en especial en el segmento de las cámaras analógicas. Ha sido un proceso progresivo y muy rápido. Cámaras que hace dos años se pagaban a 200 euros hoy se pagan a 30 ó 40 euros. Existe demasiado stock y no podemos aventurarnos en seguir aumentándolo”.

¿Imaginaste alguna vez que el producto fotográfico escaparía del ámbito del comercio especializado para acabar vendiéndose en las grandes superficies?

“Yo creo que en parte eso es culpa del propio sector, que no ha sabido defender sus intereses. Hemos sido nosotros quienes nos hemos hecho daño. No hemos tenido el poder de compra necesario para imponernos y ser competitivos. Ni hemos sabido, por la propia idiosincrasia del sector, encontrar la unidad necesaria. Yo siempre lo intenté, en un margen de quince años lo habré intentado tres o cuatro veces, sin éxito. No se trataba de que todos vendiéramos igual sino de alcanzar acuerdos mínimos. Pero no fue posible”.

¿Tú has sido fotógrafo profesional?

“Durante algunos años me dediqué a la fotografía, sí. Tenía la tienda de Sarriá y al margen de mi trabajo como vendedor hacía fotografías. Trabajé bastante para una agencia de publicidad de aquella época que se llamaba Costa y Padró, que llevaban la cuenta de Gallina Blanca, y a través de la cual conocí a la familia Carulla. También trabajé en proyectos de decoración, algo que no era muy usual en aquellos tiempos, y en encargos de publicidad para hoteles de Barcelona. Pero mi actividad duró poco tiempo. Cuando dejé el establecimiento de Sarriá la abandoné para siempre. Resultaba imposible compaginarla con mi dedicación al nuevo negocio”.

Siempre te interesó el material de coleccionismo…

“Siempre, desde el comienzo. Me gustaba, me llenaba de satisfacción. En la época en que tuve el negocio de la avenida de Sarriá compré unas cuantas cámaras y a partir de ese momento comencé a adquirir material, hasta alcanzar casi el millar de cámaras. Luego, en Sonimagfoto me pidieron realizar una subasta y esa fue la primera de las muchas que a partir de entonces organizaría. Nunca ha sido un negocio rentable pero me gustaba y seguí adelante, más por afición que por razones económicas. En paralelo he ido formando mi colección, cuyo destino será probablemente el de hacer posible nuevas y futuras subastas”.

En base a tu experiencia en el sector ¿qué consejos les diste a tus hijos cuando decidieron continuar tu actividad?

“De hecho, no se los dí, quizá se los mostré a lo largo de mi actividad de todos estos años. Algunas cosas las aceptaron y otras no, circunstancia lógica porque todos cometemos errores y no somos infalibles. Todos nos equivocamos. Algunas veces sí me he permitido decirles que alguna decisión no me parecía acertada. Probablemente en el único tema que he insistido, a modo de consejo, es en la necesidad de que el vendedor sea serio. Y trabajador.
Por otra parte, como comenzaron a trabajar conmigo desde muy jóvenes, no me han dado motivos para que tuviera que darles consejos. Aprendieron rápido. En los últimos años han llevado adelante una gran evolución y eso ha sido sólo gracias a ellos, a su esfuerzo. Lo tengo clarísimo.”

¿Y el futuro?¿Cómo analizas las actuales dinámicas del sector, que muchas veces van tan rápidas que corren el riesgo de canibalizar productos, novedades y oportunidades de venta?

“Lo veo complicado, y a veces tengo la impresión de que son los mismos fabricantes los que atentan contra sus intereses. Hoy, para conseguir un buen precio tienes que comprar cantidad, lo que supone un riesgo. Pero una semana después, de la misma cámara que has comprado una cantidad importante para lograr un buen precio y poder ser competitivo, sale un nuevo modelo, mejor y más barato. Por otro lado, las mismas marcas están fabricando gamas de cámaras que van desde precios muy bajos hasta modelos de 3.000 euros o más. ¿Qué sucede? Pues que en esa amplia franja intermedia el establecimiento pierde una gran cantidad de operaciones comerciales. Si el aficionado puede conseguir, como está sucediendo, una cámara de siete millones de píxeles por menos de cien euros ¿para qué va a gastarse 300 euros en un modelo superior? Ya tiene suficiente. En el campo de las réflex, por ejemplo, dejando de lado las de gama alta, existe una amplia serie de cámaras que disponen de las mismas prestaciones, da lo mismo que el aficionado se gaste 600 euros o 1.200. Antes las cámaras se catalogaban, había una serie de modelos con un escalado de precio y calidad que en la actualidad ha desaparecido. Esta nueva tendencia impuesta por las tecnologías digitales no sé cómo acabará. Quizá terminará funcionando mejor la prestación de servicios que la venta de productos. Que tengan más valor los servicios… En la actualidad todo es tan complejo que es difícil predecir el futuro”.

Más allá del mostrador

Más allá de la fotografía, las pasiones de Paco Casanova han sido –y siguen siendo- el deporte y la familia. Antiguo jugador de fútbol reconvertido más tarde en directivo y hoy en presidente del club de fútbol sala de Lliçà d’Amunt, el deporte ha tenido en él un fiel y apasionado patrocinador y un activo promotor de iniciativas, no sólo en el campo del fútbol. El tenis, el motociclismo y la náutica han gozado también de su apoyo, tanto personal como empresarial. Hoy, su vocación “perica” se ha enfriado y ausente del Estadio, al que no acude desde hace algunos años, sigue las vicisitudes de su club de siempre a través de la televisión de pago. Pero esa es otra historia.

7 Responses to El Jefe

  1. Sergi dice:

    Sin palabras me quedo….descanse en paz.

  2. frikosal dice:

    Vaya, de verdad que lo siento. Fue un personaje.

  3. frikosal dice:

    Por cierto, me da la impresión de que mucha gente ha trabajado allí, creo que incluso organizaban un concurso entre los empleados ¿es así? Yo a fuerza de ir llegué a tener un poco de amistad con dos o tres de ellos, y como dice el artículo muchas veces subía hasta el primer piso pero más que nada a charlar un poco. Ahora una amiga ha entrado a trabajar.

    Y al «jefe» le recuerdo como en la foto, mirando las leicas (¿me equivoco?), refunfuñando de las cámaras digitales y negociando -a la baja- los precios de las cosas que le llevaba para vender.

    Pero debo decir que por lo menos en una ocasión en la tienda se portaron realmente bien conmigo; de allí se sale con la tranquilidad de que no habrá ningún problema.

    Un personaje, se le va a echar de menos.

  4. […] hem vist a Hasta los Megapixels, on reprodueixen una entrevista feta per en Joan Queralt per a la Revista Casanova, gairebé una […]

  5. Juan Díaz dice:

    Como no… mi mas sincero pésame a sus familiares.

    A pesar de que la tienda está perfectamente atendida con sus hijos y empleados, ya no será lo mismo.

    Compré allí, a él, mi primera cámara «seria», una Yashica Mat 124 G, con su maleta de piel incluida. Desde aquel día, su establecimiento fue mi «ruina» y mi paraiso…pues yo vivía a escasos 100 metros del mismo y tener dinero y pasar frente al escaparate… Interminables charlas comentando las maravillas de tal accesorio… las lagunas de tal modelo recién salido. Se aprendía mucho pasando un rato simplemente escuchándole cuando atendía a algún otro cliente.

    Tras la Yashica, vinieron una Hassel 500, un par de Leicas, algunas Minolta (de las primeras autofoco)… mi primera cámara de banco, mi primer equipo de iluminación de estudio… Todo ello, esmeradamente seleccionado, valorado y aconsejado por «Don Paco».

    Toda una institución, si. Pero, para mí, y seguro que para muchos de sus «clientamigos» era algo mas. Era la persona de confianza la que acudías cuando necesitabas el consejo certero, la ayuda inprescindible y, en muchas ocasiones, el dinero que te iba a pagar por tal o cual equipo que querías (o necesitabas, las mas de las veces) vender.

    Un fuerte abrazo para sus hijos e hija, Luisa. Y para su nieta Aixa, a quien en tantas ocasiones «vigilé» mientras Luisa iba a atender algún asunto.

    Seguro que desde donde está, se estará tronchando al ver que ahora hablamos de pixeles, bits y demás mandangas digitales mientras disfruta del aroma del revelador, el perfume del bálsamo del Canadá y limpiando algún artilugio que sólo él sabe para qué sirve.

    Juan.

  6. Santy López dice:

    «Ten cuidado con Marcos, que te va a liar» algo así me decía cuando me veía dar vueltas, mirando las Leicas.
    Mi más sentido pésame.

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